El 14 de septiembre, luego de un largo y cansado dia de trabajo mi familia me espera, con toda la emocion que un niño de dos años puede tener cuando los preparativos inician para salir a pasear (no importa a donde).Nos disponemos a salir,pasándonos alto que la calle estará llena de las queridas odiadas anchas, las cuales al mismo tiempo de representar libertad, limitan la libertad de locomoción al resto de ciudadanos que necesitan llegar a destino, en este caso nuestro teatro nacional.
Llegamos tiempo, compramos boletos, pagamos parqueo y alentar una cálida acogida de la gran lámpara del loby sorprende por igual a todos los integrantes de mi familia. Cientos de luces cuidadosamente colocadas para iluminar el preámbulo de un gran espectáculo.
Llamadas obligatorias para desconectarme un par de horas de los compromisos laborales que suelen ser constntes especialmente cuando un evento de esta naturaleza se aproxima.
Un amable maestro de ceremonias nos da la bienvenida y nos invita a entrar las notas de nuestro himno nacional. La orquesta sinfónica nacional se dispone, entona y el sonido emitido estremese cualquiera. Mientras tanto de pie con
na estatura que apenas pasa los 90 centímetros, en posición firmes y con su mano derecha sobre el corazón, veo a mi hijo mayor, con el cien por ciento de su atención a lo que esta pasandounos otros más abajo. Aquellas notas tan conocidas y la escena de un niño que entiende la seriedad de la circunstancia, aunado a la tierna mirada de mi esposa que tiene en sus brazos, junto a su pecho a nuestro pequeño retono de tan sólo tres meses de estar con nosotros, no hicieron otra cosa más ue liberar un par de lágrimas escondidas en mis ojos.
Dan inicio al concierto patriota con un ensamble "contemporáneo" que sinceramente no entendí y tampoco me gustó. Afortunadamente fue corto y llegó una pausa, después de la cuál dio inicio plato fuerte con toda la sinfónica acompañada de una María y melodías como ferrocarril de los altos, luna de xelaju y coban. Nos invitaron a bailar en varias ocasiones pero fueron ignorada con excepción de una pareja de abuelitos, a los cuales la palabra vergüenza no les suena ni a lo lejos.
En fin, después de un rato los chiquitines se duemieron y los mayores pudimos terminar de disfrutar un concierto alegre y bonito.
Lo cívico de la noche para mi no fue la marimba, ni las melodías nacionales, para
mi fue haber compartido una noche con mi fa, inspirando a mis hijos a ser personas de bien, personas sanas y que enun futuro podrán tomar las mejores decisiones para nuestra querida y amada Guatemala.